Tres meses después de haber pisado Boom, Bélgica —ese lugar donde el fuego no solo consumió el Mainstage sino una parte de nuestras emociones—, volví a sentir que la magia de Tomorrowland aún seguía viva.
Brasil fue el renacer. Fue el recordatorio de que Tomorrowland no es solo un festival: es una historia que se escribe con música, lágrimas y barro, entre luces, lluvia y almas conectadas.
Desde el momento en que llegué al Parque Maeda, sentí esa mezcla de nostalgia y curiosidad. Ya sabía lo que era cruzar los puentes del Mainstage belga, ver las fuentes danzando y escuchar los primeros beats de Lost Frequencies, pero aquí… aquí todo era distinto.
Era como entrar en una versión paralela del cuento de hadas: tropical, intensa, imperfecta y profundamente humana.
Tomorrowland Brasil es un cuento de hadas en portugués
Tomorrowland Brasil 2025 fue una experiencia que no solo se baila, se sobrevive. El calor, la humedad, los acentos mezclados, la energía carioca… todo crea una atmósfera que vibra diferente.
El escenario principal, inspirado en el “Elixir of Life”, parecía una joya recién rescatada del corazón del Amazonas. Tan monumental como los Mainstage europeos, pero irradiaba alma. Tenía vida propia. Cada rayo de luz parecía dialogar con el público, como si el escenario respirara con nosotros.
Y cuando cayó la noche del sábado, y el cielo se cubrió de fuegos artificiales sincronizados con “Sweet Disposition”, entendí que la grandeza no se mide en metros de altura ni en toneladas de LED… sino en cómo logra ponerte la piel de gallina.
Ahí, entre desconocidos abrazados, todos éramos uno solo. Todos éramos People of Tomorrow.
Fue precisamente cuando David Guetta, recién coronado nuevamente como DJ número uno del mundo según DJ Mag, se apoderó del Mainstage con una mezcla de nostalgia y poder. Su set fue un repaso por la historia del EDM, un viaje emocional entre los himnos que marcaron generaciones y los nuevos himnos que aún no sabemos que nos marcarán. Guetta no solo fue un headliner: fue un símbolo de continuidad, una conexión directa con la esencia que dio origen a todo este movimiento.

Crystal Garden: un oasis escondido
De todos los nuevos escenarios, el Crystal Garden y Morphos fueron la joya secreta del festival.
Rincones donde los beats deep y melódicos se mezclaban con brisas cálidas, rodeados de árboles que parecían vibrar al ritmo del bajo.
Era el tipo de lugar donde uno podía cerrar los ojos y desaparecer, olvidarse de los empujones del Mainstage y las filas eternas para comer o ir al baño.
Aquí se sentía el alma underground de Tomorrowland, esa parte que conecta más con la esencia musical que con el espectáculo.
CORE: la catedral del alma electrónica
Si Tomorrowland tuviera un templo, sería CORE.
Bajo la sombra de los árboles, el escenario más espiritual del festival volvió a demostrar por qué es un símbolo global.
Cuando comenzó el atardecer y la figura iluminada cobró vida, la música se convirtió en una oración colectiva.
Escuchar un set de Miss Monique, Wade o Meduza en ese entorno es algo que no se olvida jamás.
Cada nota se funde con el viento, con el canto de los pájaros y con el latido de miles de corazones.
Allí no se grita ni se salta: se siente.
Y mientras las luces del bosque se movían con nosotros, recordé Bélgica… recordé la noche en que el Mainstage ardió, y entendí que la verdadera llama nunca se apagó. Solo cambió de continente.
Freedom Stage: la bestia tecnológica
El Freedom Stage fue, una vez más, el refugio para los amantes del techno y la vanguardia sonora.
Sus pantallas, sus mariposas y sus juegos de luces hacían que entrar allí fuera como sumergirse en un túnel psicodélico.
Dentro, todo era sudor, energía pura, drops imposibles y visuales hipnóticos.
El ambiente era tan intenso que, por momentos, parecía que el suelo mismo latía al ritmo del kick.
Aunque en Bélgica siempre había sentido que Freedom era el alma futurista del festival, en Brasil se sintió más humano, más sudamericano.
Los DJs conectaban con el público de una manera diferente: hablaban en portugués, sonreían, sudaban con nosotros. No eran dioses detrás de una cabina: eran uno más del baile.
Y entonces llegó Deadmau5 al Mainstage, el ratón más polémico de la escena, con una presentación tan brutal como hipnótica. Con su característico casco iluminado y su sonido inconfundible, transformó el mainstage en una experiencia sensorial extrema: glitchs, bajos retumbantes y visuales que parecían romper la cuarta pared. Fue un acto de rebeldía pura, una dosis necesaria de irreverencia dentro de tanta perfección estética.

El cielo iluminado por mil drones
Si hubo un momento que quedará grabado en la memoria colectiva de todos los asistentes, fue el show de Alok.
No solo por el orgullo nacional que despertó entre los brasileños, sino por la hazaña técnica de su presentación: mil drones iluminando el cielo de Itu, formando figuras, símbolos y mensajes que parecían salidos de un sueño digital.
Ver el logo de Tomorrowland danzando entre las estrellas, , fue uno de esos instantes donde se te eriza la piel y entiendes que estás presenciando historia.
Alok no solo cerró su show con energía, lo hizo con alma. Y en ese momento, Brasil fue el centro del universo.
Entre lo épico y lo imperfecto
Claro, no todo fue perfecto.
El romanticismo no borra las filas interminables para entrar, desorganización con los que teniamos boletos Global Journey y los pickup points, los voutchers de desayuno que ninguno entendiamos al final que era un «abono», las batallas por conseguir powerbank cargadas, ni los baños que parecían sobrevivientes de una guerra mundial al final del día.
Y, sí, más de una vez me encontré pidiendo ayuda a un miembro del staff que no hablaba ni inglés ni español, y solo respondía con una sonrisa confundida y un “não entendo”.
Pero tal vez eso también sea parte de la experiencia.
Porque Tomorrowland no se trata de comodidad, se trata de conexión.
Y esas pequeñas frustraciones terminan siendo anécdotas que recordarás con cariño, no con rabia.
Como aquella vez que terminé en una fila que no era para comida sino para tatuajes tatuarme… y terminé con una mariposa en el brazo, símbolo perfecto de la metamorfosis que el festival provoca.

El alma de Tomorrowland sigue viva
Muchos dirán que Tomorrowland Brasil nunca será “el verdadero Tomorrowland”.
Y, quizás, tienen razón.
Pero después de haber estado en ambos, puedo decirlo con certeza: aquí sentí la esencia que en Bélgica se había escondido tras el humo.
Aquí volví a ver sonrisas genuinas, abrazos entre extraños, lágrimas que no se secan con fuegos artificiales.
Aquí, en medio del caos tropical, Tomorrowland volvió a ser humano.
Volví a sentir lo que significa ser parte de algo más grande que uno mismo.
Y mientras el último tema sonaba y la lluvia caía sobre nosotros como una bendición, supe que el fuego que consumió el Mainstage aquel julio en Boom no destruyó la historia: la reescribió.
Y Brasil fue el nuevo capítulo.
Cuando el silencio llega el lunes y todo termina, solo queda el eco de las voces, los beats que siguen rebotando en la cabeza y el corazón latiendo más fuerte de lo normal.
Te miras al espejo, cubierto de polvo y glitter, y te das cuenta de que volviste a vivir.
Que Tomorrowland no es un lugar, sino un estado del alma.
Tomorrowland Brasil 2025 fue, sin dudas, el recordatorio más hermoso de que los cuentos de hadas existen. Solo que, a veces, huelen a lluvia, suenan a techno y hablan portugués.
Gracias por leerme @ElWalterSilva Nos vemos en Francia en el Winter 🙂
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